lunes, 7 de junio de 2010

Impactos de ida y vuelta

Regreso a Haití después de unos días en España. Los dos aterrizajes han sido especiales. Regreso con ganas, motivada y sintiendo aún el calor que me han transmitido mi familia, mis amigos y mis compañeros y compañeras de Médicos del Mundo. A todos y todas quiero agradecerles el cariño y apoyo que me brindan.

La última tarde en Las Palmas, mientras tomaba el último té, tuve una conversación muy enriquecedora con Emma, Konte y Maila, que estos días estaba muy contenta porque publicaron en Babelia una nota sobre la novela que tradujo del polaco. ¡Nada menos que un artículo a página completa! Comentaba Konte, este buen amigo senegalés a quien le encanta compartir sus reflexiones, que a menudo nos preocupamos por algo y nos metemos en una espiral de angustia que nos impide ver más allá y, sobre todo, nos impide ser felices. Esto lo hilábamos con la diferencia entre nuestras culturas en cuanto al tiempo y el hacer planes. A Konte le sigue resultando una locura el que ya estemos pensando en los acontecimientos que llegarán en unos días, semanas, meses… cuando, comenta, deberíamos tratar de centrarnos en el hoy, en estar bien ahora, en ser optimistas, positivos, felices.

A esta gran persona, de charla amena y sonrisa sincera, también le da vértigo el orden pasmoso de nuestras ciudades… Justo esto pensé la otra noche, en un concierto en el auditorio. Sonaba todo tan perfecto y acompasado… que me pareció que era el súmmum del orden. Imagino que si no fuera por el peculiar caos haitiano y el de otros países en los que he trabajado, ni entendería los comentarios de Konte ni esto me hubiera llamado la atención.

Como nos recuerdan esas típicas y predecibles presentaciones Power Point que circulan por la red, nos pasamos la vida posponiendo el momento preciso para ser felices, para simplemente vivir. Ese carpe diem que aprendimos estudiando literatura cuando adolescentes dicta el paso de millones de personas que no hacen planes, no sólo porque no han crecido con esa filosofía de vida, sino porque en determinados contextos, demasiados, por desgracia, es francamente imposible. Y entonces pienso, ¿por desgracia o por la perpetua pasividad de tantas generaciones como ha conocido “la era moderna” de la Humanidad?

Hoy visité con Irene, nuestra psicóloga, y Elsa, presidenta de la asociación haitiana JADERH, los campamentos de Delmas 33 en los que desarrollamos el proyecto de atención psicosocial, gracias al buen trabajo de ellas dos y de los voluntarios y voluntarias de su asociación. A pesar de haber trabajado aquí desde el inicio de esta catástrofe he de reconocer que me impactó el ver cómo cada vez parece más claro que la basura y los chamizos de plástico y palos seguirán siendo la estampa cotidiana de este Puerto Príncipe que se ha convertido en una enorme bidonville (asentamiento) donde la vida en condiciones indignas de miles de personas se me antoja absolutamente desesperanzada.

Ante tal panorama: canal que lleva el agua de lluvia, con toneladas de basura acumulada, cerdos y cabras que beben y comen de ella, niños que juegan saltando de un lado al otro, cometas hechas con bolsas de plástico a rayas y dos palos cruzados enredadas en el tendido eléctrico, los líderes comunitarios que nos cuentan cómo es su día a día y cuáles son sus necesidades principales. “Bueno, pues, tal vez unas sillas más y unos plásticos para este espacio que hemos puesto como escuela”, nos cuenta uno de ellos ante la escuela: una esquina del campamento con un plástico, las sillas que traen los propios niños y tres tablones de madera fijados con clavos en la pared y en los que se puede leer “31 de mayo, Dios es la respuesta”, seguido de un ejercicio de lengua.

En unos minutos pasamos de tener la camiseta empapada de sudor a tenerla empapada por el agua de la lluvia que nos sorprendió visitando el último campamento. Este parecía de primera división, hasta en la fatalidad hay niveles. Cada familia con una tienda grande, colocadas en orden, sin demasiada basura en el terreno, incluso una llamaba la atención porque tenía dos macetas dando cobijo a la típica puerta de entrada con cremallera. En cuanto empezó a llover salieron 4 o 5 niños y jugaban saltando en los charcos, dejándose mojar por el chorro de agua que caía por las tiendas, no paraban de reír… y las de esta tarde me parecieron que eran las imágenes que reflejan la realidad del pueblo haitiano, fuerte ante la adversidad, superviviente desde que nace. Ante esta foto, amigo Konte, quien puede pensar en mañana, ¿verdad?

Ahora, a esperar a que deje de llover, pensarán los cientos de mujeres y hombres que se refugian cubriéndose con lo que pueden en sus puestos ambulantes, luego, a ver si vendo lo suficiente para llevar que comer a casa, esta noche, a ver si no me roban los plásticos bajo los que duermo, mañana, si Dios quiere, como repiten cada vez, será otro día.

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